La Moneda

La pandemia ha sido un recordatorio de que vivimos interconectados y de que tenemos experiencias compartidas; de las causas y efectos incluso de las acciones que parecen más insignificantes. La bondad y la empatía son poderosos impulsos humanos con el potencial de cambiar la forma en que nos tratamos. Las niñas y niños a menudo conocen y practican la empatía de manera intuitiva... Saben cuando algo no está del todo bien o que, sencillamente, algo está mal.

Niña Ngäbe  © UNHCR/Lucas Iturriza

Niña Ngäbe © UNHCR/Lucas Iturriza

Una de mis cosas favoritas cuando era ‘chiquitilla’ era ir de compras con mi mamá. Ver a personas diferentes siempre me fascinó. Pero había una parada, la parada del mercado, no me gustaba para nada. En aquel tiempo, dependiendo de dónde caminara, podía oler el dulce aroma a frutas maduras, de verduras frescas, pescados y mariscos, las especias y hierbas, la repostería y la comida cocinándose. Tiempo después descubrí que en realidad lo que no me gustaba era la combinación, no tan agradable, de todos los olores al mismo tiempo.

Mientras caminás por los pasillos estrechos, podés ver cientos de frutas y verduras de todos los colores y tamaños recién traídas del campo, se ven las personas regateando precios, el bullicio de los vendedores de frutas pregonando precios y qué ofrecen. Los vendedores te invitan a probar sus frutas y a tocarlas "pa’que vea que sí están maduras". Es una explosión para los sentidos.

Recuerdo que me gustaba evitar las grietas de la acera colonial. Iba saltando sobre una cuando de repente me encontré con la mirada penetrante de una mujer sentada en el suelo, amamantando a su bebé. Recuerdo que me sentí muy confundida y sentí una onda que comenzó en mi pecho y de inmediato se extendió por todo mi cuerpo: ¿cómo está esa señora sentadita ahí en la acera, y tras de eso, alimentando a su bebé? ¡Qué vestido más lindo anda! ¿Por qué la gente la ignora? ¿Por qué hace ruido con las monedas en ese vasito de papel?

Madre © UNHCR/Lucas Iturriza

Madre © UNHCR/Lucas Iturriza

Inmersa en el trance del vaivén del vaso con monedas, recordé que tenía algunas en el bolsillo. A veces, antes de ir de compras, hacíamos una parada para visitar a mis queridos abuelos y almorzábamos juntos. Al final de la visita, me llamaban a su habitación y me decían: "tomá unas moneditas, ‘machita’, para que te comprés un heladito". Y me despedían con su bendición.

Estando en el mercado empecé a caminar hacia a la mujer y su bebé cuando "¡zas!" Interviene el señor del puesto de aguacates, "No se le acerque, esos tienen piojos y enfermedades". Me detengo de inmediato, sorprendida y molesta de que un extraño me diga qué hacer. Desafiante, vuelvo la mirada hacia mi mamá y ella con una sutil seña me deja seguir adelante para darle la moneda a la señora.

Emocionada y sonriente, voy hacia ella. Al ver que me acerco, la mujer baja su mirada, su bebé pegadito a su pecho, comiendo. Noto manchas en su piel, un ligero olor a humo. Sin mirarme, la mujer detiene el movimiento del vaso. Tiro la moneda adentro y espero, no pasa nada. Mi madre que, seguía hablando con “el señor del puesto de aguacates”, de lejos estaba al tanto de mi interacción con la mujer y su bebé. Con un gesto, me llama de vuelta.

Angustiada por la situación, vuelvo a su lado. Me encuentro con la mirada del hombre, a quien claramente no le hizo gracia que una "mocosa" y su “mamá alcahueta” le llevaran la contraria. Triunfante y desafiante, le dije: "Señor, me dijeron también que no me acerque a los perros porque 'esos tienen pulgas y enfermedades', y aún así me les acerco, una vez me mordió uno, ni me enfermé, yo sigo jugando con ellos”.

El hombre me miró con desdén y su sonrisa burlona desapareció. Él tomó su dinero, agarramos la bolsa, nosotras le dijimos: "gracias", él respondió: "con gusto" y seguimos nuestro camino.

Mientras caminábamos, agarrada de la mano de mi mamá, inquieta y confundida,  pensaba: ¿por qué ese viejo me dijo lo mismo que me han dicho de los perros, pero esta vez, refiriéndose a la señora y a su bebé? Noto una sensación de repulsión en mi estómago.

      "Maaaa, ¿por qué la señora estaba pidiendo plata sentada en la acera?" 

       “Porque necesita darle de comer a su bebé”, respondió. 

       "¡Pero ella tenía un vestido muy lindo!" Dije rápidamente.

       “Es porque ella es una mujer indígena y en su comunidad usan esos vestidos tan lindos, mi amor. Vienen de Panamá a cosechar el café ”.

       "Mmm, ni siquiera me habló cuando intenté acercarme a ella".

       "Tranquila, mi amor, ella no habla español"

 ... 

       "¡Agh! ¡Qué mal me cayó ese viejo!

Al escuchar eso, mami me volvió a ver - tratando de hacerse la seria… Y muertas de risa, seguimos nuestro camino por los tramos del bullicioso mercado.

La amabilidad es un comportamiento que todos podemos practicar y se ha demostrado que es altamente contagiosa. En pequeños actos de bondad, se aplica cierto grado de resistencia no violenta (Satyagraha) lo cual contribuye a crear emociones positivas compartidas y, al mismo tiempo, se van generando cambios sociales en cada decisión y en cada acción en nuestro día a día.